Recorrido visual por el diseño de portadas de discos en Latinoamérica.
Idea, dirección y diseño: Zona de Obras
Textos: Gabriel Peveroni / ZdeO
Un disco sin portada –o tapa, o carátula, o como quiera que le llamen– es menos seductor que un libro fotocopiado. Está incompleto. Es otra cosa. Es un objeto mutilado. Música e imagen están estrechamente ligadas en la cultura pop, tanto que los bocetos del diseñador de una portada suelen llevar a bizantinas discusiones entre músicos, managers, productores y todos los que están alrededor.
Los discos se escuchan, y esa es su cualidad principal. Pero el disfrute se potencia cuando se miran y se tocan. Al contrario que el arte que se exhibe en museos y galerías, el diseño de portadas tiene ese atributo especial que lo hace estar en relación íntima con el consumidor del hecho artístico. Se lo puede tocar, usar y hasta intervenir. En los mejores casos es bastante más que un mediador, que un simple apoyo visual, pasando a ser parte imprescindible de la experiencia sónica, sumándole una magia extra con apenas una imagen congelada en un cuadrado de 12 x 12, que en los tiempos de gloria del vinilo fueron de 31 x 31. Es así que los mayores mitos de la historia del rock continúan vivos en portadas que continúan sorprendiendo desde la primera vez que alguien las miró, las tocó y rozó con la punta de los dedos; desde la primera vez que sintió la particular suavidad del cartón barnizado y el inconfundible olor de la tinta aún fresca. Paul, John, George y Ringo siempre cruzan, en presente, la calle Abbey Road. La lengua Rolling Stone, tan roja y perversa, define la eterna adolescencia.
La banana warholiana de la Velvet todavía provoca, despierta el deseo y juguetea con las fantasías andróginas del rock. Centenares de portadas han alcanzado status de objetos de arte, generando estilos, marcando tendencias, provocando incluso un mecanismo que retroalimenta la dualidad música-imagen: un simple vistazo a una portada suele bastar para intuir el estilo musical, el grado de originalidad y el nivel de riesgo de la obra del artista que busca representar. La iconografía del rock latinoamericano corre en paralelo a las grandes corrientes del diseño gráfico y el arte de portadas anglosajón: las mil y una formas de fotografiar a una banda de rock y ponerla en una tapa, la relación entre la sicodelia y el recurso de la ilustración, temas habituales como los coches o los corazones o los paisajes urbanos; o bien tendencias más actuales como la búsqueda constante de una fuerte originalidad objetual a medida que el formato CD ingresa en una crisis dicen que terminal. Pero también tiene su propio camino, su propia mitología, conformando una identidad que está íntimamente relacionada con el desarrollo de una movida musical de una riqueza y diversidad sorprendentes. El hito que significó la portada del álbum debut del grupo argentino Almendra, cuando Luis Alberto Spinetta dibujó y coloreó la tapa desafiando el tradicional y conservador esquema de las compañías discográficas, marca un posible paradigma de la identidad gráfica propia del rock de la región. Experiencias similares desarrollaban Os Mutantes, Secos & Molhados y Caetano en Brasil, Los Jaivas y Aguaturbia en Chile, Totem y Psiglo en Uruguay. Los primeros años 70. La sicodelia. El rock progresivo. El orgullo del primer rock latino. Pero también las dictaduras militares, la resistencia juvenil, los blue-jeans, las drogas, las posteriores aperturas democráticas, y luego el jolgorio ochentoso, el tiempo que transcurre en bandas que florecen y se desarman, en nuevas generaciones que reinventan el rock y su iconografía, hasta llegar a los colores y tipografías actuales, a una creatividad de alto nivel en cualquiera de las principales ciudades latinoamericanas: Buenos Aires, México DF, São Paulo, Santiago de Chile, Lima, Montevideo, Bogotá, Caracas.
Juan Gatti, diseñador gráfico de la movida madrileña y del mismísimo Pedro Almodóvar, ilustró antes de radicarse en España portadas de discos del primer rock argentino. Es uno de los pioneros, de los nombres clásicos. Dice que los diseñadores europeos «lo tienen todo tan fácil que les resulta complicado innovar». Asegura, como contrapartida, que «los diseños más interesantes están surgiendo en estos momentos en los países latinoamericanos. En México, en Brasil, en Argentina».
Bienvenidos entonces al color latino, a este circo beat ilustrado en el que son superlativos los diseños del venezolano Masa para Los Amigos Invisibles y otras bandas de su país. El estilo glam inconfundible de Alejandro Ros en discos de las bandas argentinas Babasónicos y Miranda!, pero en los 90 con Soda Stéreo, y probando también fuera de fronteras con «Esquemas juveniles» de la chilena Javiera Mena y el sorprendente «Sí» de la mexicana Julieta Venegas. El toque indie de Carlos Amorales al frente del arte del sello mexicano Nuevos Ricos. El talento del colectivo uruguayo Land (Santiago Velazco y Javier Cirioni) puesto al servicio de El Cuarteto de Nos y Jorge Drexler. El aire retro de las ilustraciones de Claudio Botarro en discos del sello chileno Oveja Negra. Destaque aparte merece el viaje expresivo de Ruben Albarrán y Quique Rangel, integrantes de Cafe Tacuba pero también diseñadores de los discos de su banda y de otros artistas mexicanos. Estos son algunos de los centenares de diseñadores y artistas que buscan actualmente hacer la mejor portada. Los nombres se han multiplicado desde que los ordenadores revolucionaron el diseño gráfico. No olvidamos a los viejos héroes: desde las audacias lisérgicas de Gatti en Argentina, los hermanos Larrea en Chile, Palleiro en Uruguay y Oiticica en Brasil, hasta los legendarios trabajos de Rocambole para cada una de las portadas de los discos de los platenses Redondos de Ricota, con el gran destaque de «Oktubre». Nadie puede asegurar que el disco como formato siga existiendo en apenas cinco años. Está herido de muerte. Lo más probable es que los discos, en versión física, se vean reducidos a partidas limitadas que no harán más que radicalizar la relación íntima con el objeto.
El arte de portada clásico posiblemente se siga extendiendo a cada vez más originales digipacks –confirmando la tendencia actual antiplástico, que busca acercarse a la sensación de la obra única y personal–. Tan cerca y tan lejos de la dupla Spinetta-Gatti en la deforme carátula de «Artaud» de Pescado Rabioso, está el contemporáneo lanzamiento en Uruguay del disco «Dramática», de Dani Umpi, que incluye un collage de portada confeccionado y pegado a mano por el propio artista. Todos los ejemplares son diferentes, únicos. Paradojas de la posmodernidad: la grafía busca la individualidad extrema, el toque exclusivo. Una vuelta de tuerca original y jugada a lo lúdico se explicita en el diseño de «El imperio de la estupidez», disco de los chilenos Sinergia. El arte creado por Chris Leskovsek, incluye un kit con figuritas de los integrantes del grupo y un escenario con relieve, además de una serie de ilustraciones para elegir la tapa preferida.
El diseño de portadas se ha vuelto una tarea vertiginosa, desafiante, acompañando desde el vamos a la revolución myspace y también a los cambios provocados por el formato mp3. Los programas de reproducción digital –sin embargo– no prescinden de la imagen: la incluyen y multiplican en su formato cuadrado, heredado del arquetípico sobre de disco. También están los flyers, pero son otra historia, parientes lejanos de los carteles. El único contratiempo es que los discos virtuales se miran y no se tocan, lo que hace presagiar que –al igual que el libro– el disco como objeto sobreviva, aunque en una dimensión de culto, casi fetichista.
Esta exposición –ideada y coordinada por la factoría Zona de Obras, responsable de varias portadas del maestro Andrés Calamaro y de una larga lista de artistas iberoamericanos– es un homenaje al disco, a su condición de ser escuchado, mirado… y tocado. Propone un recorrido visual por el diseño gráfico latinoamericano a través de las portadas de 519 álbumes de rock, históricos y contemporáneos. Una aventura visual bien lejos de la tontería de las listas y los rankings, aunque dan ganas de armar una lista propia. Música para mirar, plena de colores y sugerentes sorpresas que demuestran que el diseño gráfico goza de excelente salud en la región. Música visual compuesta por varias generaciones de diseñadores, fotógrafos e ilustradores que también son arte y parte del rock en nuestro idioma.